En el antiguo y alejado barrio de Sanroller todos estaban maravillados con Flavia y los “amigatos”. Ellos trepaban muros, árboles y escaleras como gatos.
Este buen ramillete de amigos, con tan solo amarrar muy bien sus zapatillas podían divertirse por todas partes. Estaban aprendiendo una disciplina física que consistía básicamente en trasladarse de un punto a otro con la sola ayuda de su cuerpo. Superando obstáculos tales como escaños, piedras, árboles, bloques de cemento, muros, perros, grifos… y lo que se le cruzara por el camino ellos podían llegar hasta donde quisieran. Ellos practicaban parkour.
Cuando corrían y saltaban, se podían escuchar sus corazones como tambores… y los fuertes gritos de doña Regina, uno de los obstáculos más complicados de superar. Ella siempre alegaba por las sucias manchas negras en el blanco muro:
-“¡Boral, no quiero ver más esas manchas que dejas con tus amigotes en las murallas!”. Mientras don Furgencio, el abuelo de Flavia, le decía en voz baja:
– “me haces saltar con tus gritos Regina… da lo mismo que el muro se manche, los niños tienen que jugar. Es más, nosotros también deberíamos hacerlo”
Boral tuvo una gran idea. Se le ocurrió hacer un colorido mural con unas pinturas que hacía tiempo estaban guardadas en la bodega de su casa. Con ellas, taparía las manchas negras que tanto enfurecían a doña Regina. Borito (como le decían los del barrio) tomó las pinturas que venían en tarros, latas y pomos y las derramó en el suelo de la plaza. Llamó a sus amigos y todos caminaron sobre las pinturas frescas de distintos colores; naranjas, amarillas, carmines y verdes. Todos pasaron corriendo por sobre el desparrame de colores para luego ir a brincar sobre el muro, dejando un espectacular registro de coloridas manchas llenas de vida. Hasta Don Furgencio se animó a embetunarse caminando sobre los colores derramados, dejando en cada pisada de regreso a casa una marca de refrescante color sobre el gris asfalto (y todos sabrían que se trataba de él, pues su forma de caminar era inconfundible, la cual había quedado plasmada en cada huella).
Ahora la señora Regina miraba con otros ojos a la pandilla de Boral y Flavia. Lo que habían hecho le había encantado.Y dejó de llamarlos amigotes. ¡Es que los amigatos si que le ponen color!
Más aún, don Furgencio, con 75 años cumplidos, decidió tirarse a la piscina y convertirse en muralista. Sus motivos favoritos para embellecer y contar al mundo sus ganas de seguir jugando fueron siluetas humanas en pleno salto. Con un trozo de cartón rescatado por ahí, un cuchillo cartonero y la atenta observación de las sombras que hacían los jóvenes y hábiles traceur (que es como le llaman a los practicantes de parkour) en el momento de sus saltos, se hizo sus plantillas con las que luego haría sus fantásticos stencil.
A veces negros, a veces de color. Así fue como los muros descascarados y sucios que tanto exasperaban a doña Regina pasaron ser reconocido escenario de acción, destreza y color.
Y así, con la unión de chicos y grandes, las calles de Sanroller se convirtieron en el más famoso y renombrado distrito del parkour de la ciudad. Los amigatos enseñaban su talento a todos quienes quisieran aprender a disfrutar la adrenalina y la amistad con tan solo amarrar muy bien sus zapatillas. Mientras los solo pasaban por ahí, llevaban su mente a un viaje que les sacudía el aburrimiento y los animaba a dar un gran salto.